Lo líquido, lo sólido y Alberdi Por Nicolás Cabrera |
El archiduque Francisco Fernando de Habsburgo ve crecer las flores desde abajo. En Europa se afilan bayonetas, se despliegan mapas, hay olor a pólvora. Una sífilis se lleva a Roque Saenz Peña y Argentina tiene nuevo presidente. Estamos en 1914 y en el “Pueblo Alberdi”, barriada comechingona, migrante, obrera y estudiantil que se abre paso en una ciudad con hambre de modernidad, el Club Atlético Belgrano inaugura cancha propia.
Wall Street se desploma como castillo de naipes. Gualberto Marinelli, anarquista confeso y devoto, gatilla 5 veces contra el auto del presidente Yrigoyen, las únicas balas que se hacen carne son las de la custodia presidencial. El calendario marca 1929 y Alberdi ya está absorbida por la gula urbana. Erguida y orgullosa se levanta la primera tribuna de cemento de Córdoba. “El Gigante de Alberdi” late.
Hitler se vuela la peluca, el resto de la purga lo hace el cianuro. Termina la Segunda Guerra Mundial y Europa se horroriza frente al espejo. En la Plaza de Mayo los descamisados hacen cuerpo y memoria la lealtad. Es 1945 y la patria peronista sabe tanto de derechos como de entretenimiento. Las masas se hacen espectáculo. El Gigante de Alberdi se ilumina de noche.
El intendente de Olavarría suspende a Los Redondos y el Indio Solari denuncia la “demencia de la prensa argentina”. Prima el pensamiento único. Pizza, siliconas, merca y champagne. Alberdi agoniza. Pero la vida tiene sus paréntesis y hoy, 24 de mayo de 1997, el barrio se fantasea de carnaval. El Estadio Julio Cesar Villagra estrena palcos, codo, popular y la bandera más grande del país.
El mundo gira y nada permanece inmutable al calor de la historia, sin embargo, no todo lo sólido se desvanece en el aire. El cemento de Alberdi se agrieta, el césped se resiembra, el alambrado se oxida y las paredes se despintan. La casa cambia, el hogar no. Hoy es 9 de septiembre del 2017. Volvemos. Y Alberdi, una vez más, le pide perdón a los muertos por tanta felicidad. Es que hoy, el cielo, es de los vivos
El barrio más popular
El cierre de la campera no sube. Será por el abrigo o por el pecho inflado de un niño que ya aprendió la palabra orgullo. Claudio inútilmente intenta abrigar a su hijo que con cogote en alto mira el nuevo techo de la Arturo Orgaz: un sinfín de banderines se mezcla con el telón celeste que algunos llaman cielo.
Claudio y su hijo están con Darío y Graciela. Él es electricista y viaja todos los partidos desde Río Cuarto, en colectivo son 3 horas y chirolas. Ella cuida autos en el CPC de Pueyrredon, conocida como “La Negra”, saluda a cada pirata que se le cruza por el frente. El entusiasmo de Graciela conmueve, imposible no preguntarle cómo empezó su felicidad:
-Soy de Belgrano por mi abuela que ya no está en este mundo. Tengo una enfermedad crónica hace 20 años y Belgrano me da fuerzas para seguir. Hoy es todo alegría porque estamos de vuelta en casa, en el barrio más popular.
La sangre y el territorio, la familia y el barrio. Los orígenes del hincha. Porque del equipo no “se hace”, “se nace”. Ser de un equipo es una de las herencias más preciadas que puede dejar el barrio, los amigos, la abuela o, sobretodo , el viejo.
La calle Muñiz está cortada. No fue la policía. Viene llegando la barra de Los Piratas, “La primera de Córdoba” desde 1968. Bombos, trompetas y banderas condimentan a Jimenez, es que lo popular suena a popular:
Hoy otra vez/ Yo dejo todo te vengo a ver / Esta banda que estuvo en las malas/ No le importa más nada/ Porque en Alberdi yo te conocí/ Y en el Gigante me quiero morir/ Cuando me falta Belgrano yo no sé vivir.”
Marchan torsos desnudos que soportan un mediodía invernal. Tintas celestes y negras que testimonian un compromiso de por vida. Cicatrices de combates que exponen hombría, violencia y honor. Un desfile de poder en el que el aguante, para que sea tal, debe mostrarse.
Gallina te dejo el Kempes/ Porque Alberdi es una fiesta/ Dimos bastantes ventajas
Jugando en esa heladera/ Ahora ya van a entender/ Porque mi barrio es picante/
Preparen bien el ojete/ Los que vengan al Gigante.”
Las zapatillas de Luis tienen color a Sargento Cabral, el blanco de la primera selección y el tinto de la segunda. Su andar cansado y sus ojos de soldador son un elogio a la caravana. Mientras desayuna un choripán, un pibe le entrega un volante que dice “defendamos Alberdi: paren de demoler”. Luis lo recibe, lo lee y después de un segundo reflexivo desafina.
-Alberdi, Alberdi es una joda, vino, puta y droga, es un descontrol
La Mumi es una mujer de acción. Para hablar de Belgrano prefiere el cuerpo. Será porque tiene que hacerse paso en un mundo machista o porque sabe que a buen amador, pocas palabras. Es una de las tantas pibas que hizo de Belgrano su casa y su trinchera. Hoy, para estar presente, tuvo que recordarle a su jefe el acuerdo inicial: los francos son los días que juega el Pirata. Cuenta, que sobran razones para venir al Gigante y, para no dejar lugar a dudas, muestra que lo que dice con la boca lo sostiene con la espalda.
Los gurús del hoy hablan de un mundo líquido. Todo es nuevo, inmediato, efímero, reemplazable. El ayer se olvida y el mañana se desdibuja. La vida se narra en presente. La liquidez no solo es temporal, también es espacial. Profetizan personas itinerantes, desterradas, nómades. No hay lugar ni hora.
Alberdi es diferente. Alberdi perdura. No es una esencia, es una continuidad que muda con la historia, mientras también, la hace. Para muchos y muchas es una tierra prometida adonde siempre se vuelve o de la que nunca se migra. Es un ancla que se hace piel en tatuajes, mural en paredes, canciones en gargantas o herencia en la sangre. Para todos ellos Alberdi es un estilo de vida que sobrevive al reino de lo descartable. Para todos ellos Alberdi es su lugar en el mundo, donde todo lo demás se desvanece en el aire
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