Tribunas
colmadas y presión de la buena. La primera de las cinco finales que Belgrano tenía en
Alberdi por la permanencia (ahora
le quedan cuatro) mostró a la gente con la mejor predisposición y con ganas de
entrar a jugar.
Pero los
de afuera no juegan y, una vez
más, el Pirata no pudo obtener esa victoria que necesita como al agua en el
desierto. Por eso el 0 a 0 con Unión dejó sensaciones encontradas: en otro
contexto no hubiera estado nada mal, sobre todo teniendo en cuenta el trámite
del partido, que mostró al rival más entero en el final; sin embargo hoy no hay
más lecturas posibles que los dos puntos que se escurrieron en casa.
A la hora de las explicaciones, claro que hay
atenuantes. “Con (Maximiliano) Lugo me tuve que entender en el partido y no habíamos
tenido ni una sola práctica en el mismo equipo”, declaró después del juego
Diego Mendoza. El delantero llegó el miércoles último pasado y ayer fue titular. Del resto, la mayoría apenas
tiene dos semanas de trabajo.
La zaga de
defensores, como después recordó el
entrenador Diego Osella, sólo había jugado el amistoso ante Rosario Central. En
fin… Se entiende que el ensamble futbolístico todavía no sea completo.
Más
llamativa fue la merma física que tuvo el equipo durante la última media hora
de juego, algo que Unión estuvo muy cerca de aprovechar para traerse un triunfo
que se le viene negando en los últimos 27 años (el último festejo Tatengue como
visitante dente la “B” fue por el Clausura de 1992), aunque después Osella
habló de un “desgaste propio del juego”,
descartando que la pretemporada fuera la causa.
Pero los atenuantes no alcanzan en este
contexto, con el equipo sumido en la zona de descenso. Belgrano no tiene
tiempo. Y el tiempo es clave para
permitirle a un grupo de buenos jugadores constituirse en un buen equipo.
En las tribunas todo pareció entenderse a la perfección. Los 30 mil que colmaron
el estadio alentaron hasta la afonía,
protestaron cada vez que Nazareno Arasa pitó en contra (le pidieron todo), se
entusiasmaron cada vez que encaró Mauricio Cuero, y celebraron el buen criterio
de Macelo Meli.
Claro que
también sufrieron ante cada embate Tatengue, sobre todo en los minutos finales, y se molestaron
bastante cuando la "B" rifó las jugadas de pelota detenida que
dispuso.
Por lo pronto, a este equipo casi nuevo (debutaron oficialmente
Marcelo Herrera, Joaquín Novillo, Christian Almeida, Gabriel Gudiño, Meli,
Cuero y Mendoza) se lo vio menos
susceptible a la presión de tener que jugarse tanto en cada partido.
Hubo más
aplomo y esa deberá ser una
condición para no dejar pasar más puntos, sobre todo en el Villagra. Y también
se vio, con el correr de los minutos, una riqueza individual más importante. Se
pudo, de a ratos, jugar con la dinámica que pretende el DT.
Sobre la dependencia
Lo de Belgrano no fue regular. Tuvo altibajos,
pero a la hora del balance hay que poner en la columna del haber que los
destellos de buen juego fueron posibles sin el único que, en las 15 fechas
anteriores, había sido capaz de provocarlos: Matías Suárez.
Pese a la enorme repercusión pública que tuvo
su salida de Belgrano y su arribo a River, el excapitán celeste fue totalmente ignorado por la
gente. Ni siquiera fue un fantasma sobrevolando el Gigante. No fue nada y ése
fue un signo de buena salud colectiva. Y, en el terreno de juego, Belgrano
tampoco lo extrañó demasiado.
Pero, así como quedó claro que este Belgrano no depende de
Suárez, el sentido común indica que
tendrá que mirar otros resultados hasta el final para saber si se mantiene o no
en la categoría, más allá de la autosuficiencia que pretende transmitir el
entrenador.
La 16ª fecha se presentaba favorable, ya que hasta ayer no
había ganado ninguno de los rivales directos. Después, la victoria de Patronato en el Monumental fue
un trago tan amargo como inesperado.
La celebración de las buenas intenciones fue
sólo eso. Belgrano debía ganar y no ganó. La peregrinación continúa y la gente
lo sabe. Al final, la preocupación no se pudo disimular en el regreso por las
callecitas de Alberdi, cuando caía la tarde, aunque la despedida fue con
aplausos tibios y la promesa de estar siempre, “en las malas mucho
más”.