Desangelado, arrastrando una cruz cada vez más pesada, Belgrano da los últimos pasos en el Torneo de la Independencia. Lejos parecen haber quedado sus mejores tiempos, en los que la rusticidad le ganaba a las buenas formas, pero también los triunfos a las derrotas, las alegrías a las tristezas. Y en algunos lapsos de este último lustro, hasta por goleada.
Es caprichosa pero también válida la referencia de aquel encuentro del año pasado contra Coritiba, por la Copa Sudamericana, la mejor expresión colectiva de los celestes en la temporada, a partir de la cual todo fue derrumbándose de a poquito, lentamente, hasta estos días, en el que el equipo deambula en el llano. En esa victoria de visitante, Belgrano empezaba a abrir la puerta de los cuartos de final de la Sudamericana.
De la mano de Esteban González, Belgrano daba fuertes señales de cambio, de transición rápida y sin traumas a otra época igualmente generosa. Su disposición en la cancha se ofrecía con menos ataduras; más ambiciosa. Estaba Matías Suárez, recién llegado. Otras apuestas individuales de “Teté” parecían encajar en el nuevo esquema. Con otras formas, el protagonismo observado y tantas veces reconocido en los últimos cinco años parecía seguir vigente.
Pero, ¿qué pasó en Belgrano? ¿por qué esta debacle? Las preguntas se suceden para buscar explicaciones en esta degradación continua y cada vez más profunda, que ha limado los cimientos de su juego pero además de su alma; que ha llevado a un equipo, antes enérgico y punzante, a una desfiguración de su imagen que lo muestra hoy triste, encorvado y vencido.
Con respecto a esto último, la derrota contra Estudiantes parece resumirlo todo. Bastó que Javier Toledo anotara el primer gol para que la palidez en el juego invadiera a cada línea del equipo, en el que, como ha sucedido las últimas veces, sólo Mariano Barbieri parece evadirse de esa desgastada imagen. Luego de ese tanto, y como sucede habitualmente con los equipos descendidos o a punto de caer en el abismo, sólo había que esperar la derrota.
Hubo algunas circunstancias del juego que influyeron para que los hombres de Sebastián Méndez elevaran apenas su propuesta. El gol de Leandro Desábato relajó a Estudiantes y ayudó a Belgrano a instalarse más cerca de Mariano Andújar. Y el ingreso de Suárez mejoró un poco la pobre circulación del balón, un problema (quizá su mayor problema) que desde aquella gesta en Brasil, para cuya solución se ha apelado a muchos jugadores, no ha podido ser solucionado.
Lo ayudan a los celestes sus números anteriores, sus buenas campañas, ese colchón de puntos que lo efímero del fútbol transforma en nada en apenas dos años. A dos fechas del final, nada parece cambiar el rumbo. Sólo hay que especular con una mejoría, más por el lado del amor propio, del orgullo personal que por el pase bien dado, que ayude a rasguñar algunos puntos que hagan más digerible el balance anual y que engorden un poco los porcentajes para la próxima temporada.
Cuando termine el torneo, se producirá la lógica decantación que año a año ofrece este deporte. El fútbol, a diferencia de otros trabajos, de otras actividades, no perdona. Un mal campeonato significa, para algunos, el destierro. Y para otros, el gris que anticipa la oscuridad. No serán muchos los que quedarán para renovar la ilusión de los hinchas desde agosto próximo. Mientras tanto, habrá que pedir que el comienzo del invierno llegue, en los dos últimos partidos, con alguna sonrisa.