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Sebastián Blázquez: hecho a mano

Día a Día | 22/10/2013


Laura maneja por las calles de Asunción y llora. A su lado, Sebastián está por tener convulsiones si no es que ya las sufre. El auto acelera a toda velocidad para llegar al hospital. Su compañero tiene dengue. Están solos.

Ese hombre es Sebastián Blázquez, el arquero de Belgrano que fue figura ante River el último domingo. Todos se quedaron con sus voladas en el Monumental. Pero detrás de su figura hay una historia tallada a los empujones, búsquedas y esperanzas.

“Una noche me empiezo a sentir mal, tenía chuchos de frío y calor, típico de la fiebre. Mi señora llama al médico y me dice ‘es dengue’”, recuerda ahora con Día a Día en el living de su departamento.

La cara se le transforma y sigue: “Recuerdo que ella lloraba mientras me llevaba al hospital”. Y a su lado, su esposa Laura, agrega: “Manejaba y no podía creer. Nunca lo había visto así”.

El termómetro marcó 40 grados de temperatura. Pasó tres días internado hasta que lo compensaron y pudieron hidratarlo. “No fue el dengue hemorrágico, pero hoy debo tomar ciertos recaudos por las dudas”. Aquella fue una batalla más de un tipo nacido en la base militar Puerto Belgrano. Porque su vida empezó a trazarse en aquel sitio. “Nací en Punta Alta, cerca de Bahía Blanca. Mi padre era médico de la Marina y nací en el hospital militar de la base. Al año le tocó otro destino y yo me fui para Buenos Aires”, comenta.

Hay un silencio en su relato, como si en algún lugar de su cuerpo quedaran aquellos tiempos de un padre presente, pero a la distancia. “Estuvo haciendo misiones en Chipre con los cascos azules y fue médico en los Juegos Olímpicos de Atlanta ‘96”, cuenta orgulloso.

–¿Tu viejo participó en la guerra de Malvinas?

–Él estuvo en la parte del continente. Donde despegaban los aviones A4. No estuvo en las islas, pero contó lo que vivió. De hecho, le pasó de ver a pilotos... y después llamarlos. Algunos no lo atendían porque no volvieron de las islas.

Sin dudas esa situación particular hizo de Blázquez lo que hoy es. Y lo cuenta: “Del vínculo de mi viejo saco que me inculcó que esto era sacrificio, entrenar, que no importaba el resultado, pero sí el esfuerzo y darle para adelante”.

Ya habrá momento para hablar de sus atajadas en River. De su llegada a Belgrano. Pero antes debió forjar una infancia y, mientras mastica una tostada, imaginariamente sale a cortar un centro y cae a Temperley. “Ahí me crié. El deporte era mi vida. Hy una frase de Nadal que dice ‘me gusta más competir que el tenis’. Y me pasa igual. Partido que había, me metía, aunque arranqué jugando al tenis”, rememora entre risas.

Pero en Talleres de Remedios de Escalada lo pusieron contra la pared. “Un día me dijeron: ‘Tenes que elegir entre el arco y jugar afuera’. Me definí por el arco y avancé en inferiores. Primero el baby fútbol; luego mi debut”.

La remó en la B Metropolitana. Hasta que en 1998 debutó. “Fue contra Defensores de Belgrano en una serie. Me tocó entrar en el ST, y la primera pelota fue un penal. Lo atajé, pero quedamos afuera”, recuerda y detalla la secuencia de todos los goles. A esta altura ya no importan, pero sí configuraron al hombre de 33 años que hoy ríe sin creérsela.

Huesos rotos. Su sueño de triunfar en Argentina venía difícil. Entonces Blázquez se fue a hacer la colombiana. Deportivo Cali confió en sus reflejos. Pero otra vez los obstáculos iban a preparar a un arquero para el futuro que es hoy. “El día antes a jugar con la U de Chile por la Sudamericana un compañero me hace una broma y me golpea. Jugué medio rengo. No me lo quería peder, había ido con expectativas. A los cuatro días jugábamos por el torneo local. Seguía con tratamiento de kine, pero ya me dolía mucho. Al final, me hicieron estudios y tenía fractura de peroné”, sostiene, y su rostro gana una expresión de tristeza.

Salió como quien sale a cortar un centro. Y otra vez la mala. “En Patronato pensé en dejar el fútbol. A mi vieja le dije que estaba quemado, pero salió lo de Ecuador (Técnico Universitario) y me cambió. Desde ese momento para lo que soy hoy y seré hasta que termine mi carrera”.

En su dedo pulgar derecho un tatuaje deja ver el nombre de Perla, la mamá “que hizo de padre”. Y arremete: “Al partido de River lo soñé muchas veces”.

Un arquero hecho a mano. Que aprendió a volar en el arco más grande de todos, el de la vida.

"En deuda con los soldados"

Si hay un tema que apasiona a Sebastián Blázquez es “Malvinas”. No sólo porque su papá Alberto estuvo en la base, sino porque entiende que hay un reconocimiento que se le debe a los combatientes argentinos desde su óptica.

“Quizá la sociedad argentina tiene una deuda con los guerreros de Malvinas. Acá siempre se los trató como pobres chicos, y en realidad fueron héroes. Pelearon como leones y pusieron en jaque a una potencia milenaria”, explica, aunque admite que “estuvo mal ejecutada por los altos mandos”.

Pero si de hablar se trata a Blázquez le sobra tiempo. “Mi señora me reta porque me pongo vehemente. Leí libros y a uno se le pone la piel de gallina al ver cómo defendieron la Patria. Hay gente que tiene el poder y se cagan en las personas y hubo muchos que dieron la vida por el país”.

Y abre el juego. “Leí el libro de Nicolás Kasanzew. Es muy interesante porque habla de dos héroes pilotos y nombra a un piloto. Y, por esas cosas, yo había comido junto a mi papá con ese hombre, son cosas fuertes”.

Para él es un tema central. En los tiempos libres mira documentales y videos para conocer nuevos detalles. Pero la vida de Blázquez tiene otros costados y habla de ellos.

La burbuja. Se sabe, los futbolistas en las buenas tienen todo a su alcance. Le pasó ayer a Blázquez por su gran tarde ante River. Pero él no se engaña y dice lo suyo. “Cuando no jugás, hay periodistas que te pasan al lado tuyo y no te dicen ni buenos días. Uno ya sabe cómo son las reglas de juego. Hoy (por ayer) quizá tengo la casa llena de periodistas y mañana no”, y deja una lúcida reflexión: “Es un vacío del que nadie te prepara. Solamente el chico que está preparado o educado tiene la capacidad de entenderlo. Por eso le cuesta tanto al jugador dejar el fútbol, los famosos amigos del campeón del boxeo desaparecen. En mi caso no porque tuve una carrera con no tantas luces”.

Olave, un compañero. “Tengo una excelente relación con él. Juan es muy regular, pero tuve la posibilidad de jugar y doy gracias a Dios que estuve preparado”, cuenta y sigue: “Somos dos zorros viejos”, dijo entre risas, pero rescató: “Logró escribir su nombre en la historia de una institución”. Hay buena onda.

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