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Chiqui Pérez le dio el triunfo a Belgrano

Día a Día | 22/09/2012


El Chiqui Pérez toma carrera. Entre él y la pelota un Gigante a punto de quebrarse. Mira al arquero Sebastián Torrico y le jura con los ojos lo peor. Que deberá buscarla adentro del arco, mientras los fotógrafos, en su día, le dispararán con los flashes y lo retratarán para llevarlo en las tapas de los diarios. 

Chiqui Pérez respira agitado, como cuando jugaba por las calles de José C. Paz en Buenos Aires. Pero ahora es disinto. Necesita de su gente. De otros pies para llegar confiado a la bola. Para pegarle seguro y desatar la primavera. Son un puñado de segundos donde todos toman distancia.

Los viejos vuelven a la infancia, a los potreros de barro y piedra, los pibes a las sintéticas, y se cuelgan del Chiqui.

Todos los negros se miran los pies. Como si tuvieran ellos también la responsabilidad de no resbalarse, de no pisar feo o tropezarse. Es ahora o nunca, Belgrano. Godoy Cruz le cascoteó el rancho pero Olave se encargó de amargar la fiesta. Minga que los mendocinos van a llevarse la primavera cordobesa. Pero en el otro arco, en la otra orilla, Chiqui Pérez –acaso un especialista ya penales–siente como la tribuna de la avenida Colón se le viene encima.

Entonces cierra los ojos. Sabe que no está solo. Que todos los que coparon el Gigante no son extras de una película berreta. Son también protagonistas de una historia que todavía no tiene final. Y es él el que está parado en el abismo, en el punto penal, mientras Torrico lo mira como esa novia pidiendo una chance más. Pero no habrá otra. Aunque nadie todavía lo sepa.

El Chiqui ya tiene la decisión. Ponerla contra el palo izquierdo del arquero. Suave. Transpira el defensor, también el Ruso Zielinski; Olave que todavía vuela porque los bichitos de luz van al ángulo. Pero el árbitro Sergio Pezzotta ya infló los cachetes. Da la orden con un sonido que corta al medio la Orgaz, que abre esos choris de dudosa y exquisita procedencia y todos empiezan a abrir la boca, a pronunciar la letra G, arrastrada para llegar con aire.

Primavera en la espalda. Lo que nadie sabe. O pocos. Es que los pasos del Chiqui Pérez no son sólo los de él. En su espalda lleva los piecitos de Jazmín, su hija, tatuados para siempre. Pero estan casi siempre cubiertos por la camiseta. Pero Pezzotta ahora mueve la mano, ya basta de tanta vuelta, y ahí va el ex Tigre, arrancando desde la empanada del área para terminar contra el alambrado.

Van el Chiqui Pérez, el negro cara de borcego, y la pelota rueda mansita, a ras de piso, a la izquierda nomás de Torrico que elige el otro palo y no puede volver, como cuando se elige dejar atrás algo y el arrepentimeinto no alcanza.

La caprichosa entra despacito, como pidiendo pido, perdón, permiso. Y es gol de Belgrano, es primavera de todos, para todos. Hay fiesta colectiva y popular.

La Colón se desmorona sobre Torrico y Pérez; y Belgrano camina por los pasitos de Jazmín, de miles de hinchas que ya no juegan pero sienten y que corren a través de los ojos para abrazarse con Chiqui Pérez. Para gritar el gol 1.600 del Pirata en AFA. Y ya no importe a qué hora hay que volver casa.

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