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Gol de Todos

Otros Medios | 18/03/2014


Un enganche, el defensor queda con la pierna estirada, mal parado.  El delantero cae y el silbato suena. ¡Penal! Es el grito de 11 tipos dentro, y un puñadito de afuera.  Pocas quejas ante lo que no generó dudas y el sentimiento de derrota que llegó tras la concreción de la pena máxima.  ¡GOL! Son los mismos 11 y el puñadito que gritan y se abrazan.

Iban 35 minutos del segundo tiempo y Olimpo se ponía en ventaja en el Mario Alberto Kempes. Belgrano, que hasta allí había hecho poco pero más que su rival, sintió el golpe de inmediato y quedó desorientado y a las puertas de una nueva derrota.

Y es ahí, en ese único y perfecto instante, en el que placer y trabajo se mezclan en forma indisoluble.  Cuando me doy cuenta que mi capacidad de asombro vive a pleno, aunque con apariciones no tan frecuentes como me gustaría, pero que al llegar confirman su presencia.

Los gritos, los cantos disfrazados en una música potente, la pasión… en fin: EL ALIENTO que como catarata comenzó a bajar desde los tres sectores habilitados para recibir al hincha “Pirata” fue el despertador para un equipo que estaba al borde del Knock Out y fue, por suerte, lo que motivó mi asombro cada vez más aletargado pero con evidente vida.

Mi cabeza giró y se posó de a poco en cada una de las tribunas del bellísimo estadio cordobés y de a ratos me dejaba llevar por la música que, solamente los que alguna vez se enamoraron de una pelota, soñamos escuchar pero dirigida a nosotros.

La gente lo empató. Así de simple, resumido en una frase tan repetida que, de a poco va perdiendo su significado, como cuando uno reitera hasta el hartazgo una misma palabra, pero que en este caso es tan real como la reacción de Belgrano, tan palpable como el centro de izquierda a derecha y tan visible como el salto de Maggiolo y su testazo al gol.

Fue justicia. Fue empate. Ninguno había hecho demasiado para llevarse los 3 puntos a casa.  Ni los que eran apoyados por 30.000 fanáticos, ni los respaldados por el puñadito del costado, a los que la parda tampoco les sentaba tan mal, sobretodo después de ver, al igual que yo, girando la cabeza hacia varios lados, que la gente a veces puede jugar.

Y jugó,  lo hizo bien, y presionó para alcanzar el empate, en un grito que parecía decirles, entre estrofas modificadas de canciones: “Ustedes vayan, que nosotros defendemos” y así lo hicieron. Fueron. Defendieron. Empataron.

Sí, ¡ellos! No Maggiolo, sino ellos, por más que en los registros aparecerá la firma del “Lechuga”, de eso estoy seguro.  Como lo estoy de que, por suerte, mi capacidad de asombro sigue viva.

Luis “Lucho” Lugo

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