César Mansanelli ingresó en el complemento, pero aportó poquito para levantar al equipo. (Foto: Diario Uno).
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En la cancha, un tipo pegado al alambrado se frota los ojos. No lo molestan las lagañas del viaje ni la demora de la policía (esta vez la fuerza se comportó como debe) y ensancha las pupilas. No le alcanza la mirada para ubicar a Melano pivotear, Quiroga proyectarse y a Lollo defendiendo todo.
Pero es real. Belgrano llega al arco de Limia con facilidad y demuestra suficiencia. Sabe a qué juega, elige el ritmo de partido y encima Aveldaño con su rapada vulnera a todo Unión.
El hombre en Córdoba no parpadea. Se aguanta que el relator diga “Belgrano de Córdoba”, y que la suegra le hable al lado. No importa. Su equipo raspa, el debutante Saravia cumple y hay orden general.
En las tribunas del estadio, una bandera que cuelga a media altura ni las ganas de orinar molestan. Pittinari la pide y juega rápido de primera. Atrás quedan los errores, las dudas contra All Boys.
Cambia, todo cambia. El árbitro Abal marca el final del PT. Entonces el grone se levanta de la mesa para buscar los escarbadientes. Piensa en aquel 3-0 con Quilmes. Entiende que el equipo acaba de mostrar señales de aquella noche inolvidable.
En la tribuna todos se sientan. El vago de antes pasa por el baño y agarro un choripán con amor. Recuerda la intensidad contra Colón, allá por la 3ª que terminó en triunfo, más por sacrificio que por juego. Y viene a su memoria el PT con Godoy Cruz donde el equipo hizo todo bien, menos el gol.
Y se escucha el silbato de Abal. En Córdoba, el grone vuelve corriendo del patio para ver la obra concluida. Se frota las manos, come un postre y espera que Melano termine de volverlos locos.
En Santa Fe, el hombre sube los escalones, pide permiso y se apresta a aplaudir a un equipo que jugó un gran primer tiempo. Pero algo ocurre adentro de la cancha. Una especie de pausa, de lentitud y pérdida de fiereza. Otros le llamarían relajación.
Todo se da vuelta. El equipo arranca unos metros más atrás. Corre para todos lados pero nunca tiene la pelota. Y las pocas veces que la consigue, le dura muy poco. Allá lejos quedan Melano y Aquino que, irresponsable, se va a las duchas antes de tiempo.
Al medio la rigidez para marcar en el primer tiempo se ablanda. Aparecen espacios vacíos que se llenan con camisetas de Unión. El Ruso Zielinski grita, pero todos se miran como queriéndose acordar de qué manera se estaba jugando.
Y al final un bombazo –exquisito– genera el desconcierto. La falta de atención se acentúa, Mansanelli no preocupa y Carranza se busca adentro de la cancha. El gol del Tate prende la luz de urgencia.
“Se pierden dos puntos. Hicimos un buen primer tiempo, pero al último no tuvimos una buena actuación”, diría después Martín Zapata. Es que hubo una diferencia grande de un período a otro. “Erramos mucho en el PT y en el segundo lo de ellos fue muy bueno”, admite Cuqui Márquez.
En la mesa de un barrio cordobés el tipo está atragantado. La digestión va lenta, no entiende cuándo fue ni cómo. Lo mismo allá, en Santa Fe, con el tipo que cree que el sol capaz le hizo doler la cabeza. No son ni una ni la otra.
Es este Belgrano que confunde. Que pasa de grandes primeros tiempos a segundas partes malas. De partidos picantes a otros que hacen preguntar, ¿cuál sos?
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Expulsión
Aquino. Víctor Aquino golpeó a Brítez en forma violenta y Diego Abal le sacó roja directa. Iban 33 minutos del segundo tiempo.
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Entrega
Mezcla. Hubo jugadores que mostraron entrega y en otros se vio cierta displicencia para jugar. Se notó en el complemento.
