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Teté González: No tomamos dimensión de lo que hicimos

Día a Día | 16/12/2012


Romper. Sólo quien rompe, crea. Se gana un nombre propio y un lugar en la historia. Esteban mira desde la tribuna del Chateau Carreras. Abel Darío Blasón le voltea al arco a River. Es gol de penal. Pero nadie lo grita porque la pelota rompió la red. Todos quedan quietos, sin decirse nada. Belgrano acaba de ganarle a un equipo poderoso y corre la década de los ‘80. Esteban mira a su papá y busca una explicación: no la hay. Ese día comprendió que, para dejar una marca, había que romperse a sí mismo.

“Belgrano es el motor de mis satisfacciones. Como hincha me acuerdo una vez en el Chateau (todavía no era Kempes) en un partido por la Neder Nicola. Le ganamos a River por penales y Darío Blasón patea y rompe la red. La gente no lo gritó porque pensó que no había sido gol”, recuerda ahora Esteban, de apellido González, altura respetable.

Tiene 34 años. Anduvo por todos lados, pero nunca se fue de Belgrano. Regresó en 2011 para jugar en Primera y es pieza clave en la campaña histórica de 36 puntos con el DT Ricardo Zielinski a la cabeza. El Gringo prefiere mirar al dorso de las fotos. Contar qué hay detrás de ese futbolista aplaudido, silbado, otra vez aplaudido.

“Volví para estar cerca de mis afectos. Uno va haciendo su camino, pero siempre vuelve al nido, el nido no se olvida”, le cuenta a Día a Día, ahora vestido de golfista. Luce pantalón pinzado color camel, remera celeste (bien pirata) y zapatitos blancos, a lo Chaplin. “Me planteé que quería tener el reconocimiento y el cariño de la gente por haber logrado algo. Regresé por el club, por mi familia, por mí, pero no necesito sentirme querido para saber que lo mío es bueno, pero sí quería sentir el afecto”, confiesa Teté, quién vino de Tigre donde jugó 29 partidos y marcó tres goles.

La inmensidad del Córdoba Golf Club –en Villa Allende– pareciera tragárselo. Agacha la cabeza, busca las respuestas mientras se encuentra en el vidrio de una mesa donde descansa el grabador.

–Suponete que en el vidrio ves al Teté de la infancia ¿qué le dirías?
–Creo que soy el mismo pero no soy el mismo. Uno esencialmente es la misma persona: conservo la simpleza, la humildad, la responsabilidad de trabajo y el afán de mejorar. Si lo viera le diría que trate de ser feliz, muchas veces uno se olvida de serlo y no disfruta. Cuando sos niño, siempre disfrutás. Pero la vida te lleva a la exigencia, las cuentas, los chicos. Es una vorágine que te saca un montón de cosas importantes y a veces lo mejor está en los pequeños detalles.
Esteban le da lugar a las emociones. “Nos pasamos la vida detrás de ciertos objetivos y cuando parás la pelota decís ‘qué bueno es un plato de comida con tu familia, juntarse un domingo, ver a tus amigos, los hijos”, explica calmo.

Jugó en Gimnasia y Esgrima LP, Colón, Palmas de España y anduvo por Lazio, en Italia. “Yo soy exigente cuando me planteo objetivos y a veces me pasa que los consigo y no los disfruto porque estoy pensando en el otro. Trato de escalar, escalar, escalar y llegar a la cima y nunca la alcanzo porque siempre es alta. Desde cierto lugar está bueno porque uno avanza, desde otra perspectiva puede generar inconformismo pero es mi esencia”, explica el volante, que debutó en la Primera de Belgrano el 10 de octubre del ‘98 con Ricardo Rezza como DT.

Mi primer gol fue a Racing, teníamos camiseta roja, recuerdo. Hacer un gol te desborda, en el cuerpo no te entra tanta satisfacción. Debe ser de las sensaciones más grandes que vive un ser humano; cuando tu garganta se transforma en cincuenta mil gargantas y el gol es tuyo… yo creo que Neruda (escritor chileno fallecido) debería hacer un gol para que pueda describir lo que se siente”, dice Teté.

Silbidos y miedos. No fue fácil su regreso a Belgrano. Contra Vélez, en el Clausura 2012, la gente lo silbó feo. “Fue una gran tristeza. Me fui llorando de la cancha y lo abracé a mi hijo, que también lloraba, sentí su angustia. Pero en el auto le dije: ‘Esto es una oportunidad de cambiar y que mañana sea un aplauso. Te voy a demostrar que con trabajo y sacrificio, los que silbaron mañana van a aplaudir. Cuando uno pasa por un momento de angustia, cuando lo das vuelta, a la felicidad la disfrutás más”, responde lúcido.

A cada rato Teté habla de sortear adversidades. “No hay una piedra que no se pueda superar”, dirá en su discurso. Aunque detrás de tanta fortaleza mental, los miedos le juegan con línea de tres y al off side. Como a todo ser humano. “Le tengo miedo a los cambios, me produce inseguridad no saber lo que va a pasar. Me produce miedo el fracasar en lo que me propongo. Miedo a no ser un buen padre; qué tipo de padre, esposo y amigo seré. Yo tengo la mentalidad de ser el mejor en todo y ese miedo te hace estar alerta para pensar ‘che, estoy haciendo bien esto, lo otro’. Ahora que estoy cerca de terminar mi carrera, da miedo el después”, confiesa.

–¿Estar alerta te hizo avanzar, no detenerte?
–Todo se produce dentro de tu cabeza: primero lo tenés que querer, tenés que visualizar y sentir lo que vas hacer. Después las cosas se complotan para que todo pase. Hay que sentirlo, desearlo y trabajar para eso.

El vértigo de no saber adónde iremos a parar. Teté encoje sus manos, fija la vista otra vez en aquel niño que encuentra en el vidrio de la mesa. “El destino es una calle oscura y va alumbrando y se va viendo poquito; no podés prender la luz alta para ver adónde vamos a llegar, pero también es lindo eso: saber que uno no tiene límites, techo, que depende de uno. He sido lo que he ambicionado”, dice y apoya la palma de la mano sobre aquel pibe espiándolo.

Teté queda en silencio. Un silencio de golf, profundo, de viento. Y de golpe siente el estruendo en sus oídos. Es gol de Abel Blasón. Perforó la red. Belgrano le gana a River.

Romper, romper, romper… repite Teté sin mover la boca. Ríe. Traga un puñado de emociones. Sabe que la vida es una calle oscura, que sólo la alumbra quien se rompe a sí mismo. El tiempo, caprichoso, le pondrá nombre y apellido.

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