Foto: Dia a Dia
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Es difÃcil hablar de despedidas un sábado a la
tarde cuando la boca tersa de una botella partida al medio empapa los labios de
sangrÃa caliente.
Vas llegando al estadio y lo mirás allá abajo,
distante, pintado de cielo por todos los costados y vos cerras los ojos
tratando de dibujar en el recuerdo cuando bajabas por la Orgaz para jugar con
Tiro; cuando no habÃa más opciones que ganar. Y te acordás, claro que te acordás,
porque nunca te olvidas de donde venÃs, vos sabes bien quien sos.
Mientras el Kempes se agiganta a cada paso,
recorres la cara de la gente, los miras a los ojos buscando la complicidad del
amor, la pasión desaforada de los colores que se confunden con el cielo, los
querés abrazar para no llorar en soledad, porque las lágrimas que te recorren
el rostro no te avergüenzan, y llegar solo a la cancha te llena el corazón. Querés
agarrar a los pibes y hablarles del viejo Alberdi, de la revolución.
Y cuando entrás a la cancha te sumergÃs en los
bombos y las trompetas, en el fragor de la canción, lo cotidiano de la vida se
detiene, se abre una brecha de tiempo dentro del tiempo y volvés a ser feliz,
otra vez, como hace una semana con Tigre, o hace un año cuando el Mudo
arrodillado con la camiseta en el rostro te decÃa adiós , y miras las manos de
todos que se mueven como en cámara lenta, y las banderas que despeinan a las
nubes, ascienden al cielo y la tribuna se eleva; es carnaval porque nunca antes
el momento fue mejor.
Y entonces rompes en llanto viejo, porque este
es el presente y no hay más futuro que el del verso que sigue en la canción de
los piratas y no sabes que va a pasar el año que viene, no sabes si vas a estar
vos, si va a estar el de al lado, si el Picante la va a meter de nuevo o si
Farré va a aceptar quedarse a vivir en el equipo; no sabes y te importa un
carajo porque Belgrano está de fiesta y porque te explota el pecho de la
emoción.
Penal y lo ves al Chiqui que va al trotecito
como iba en el barrio. Te querés tapar los ojos pero no te sale, ya no sos
dueño de tu cuerpo, tus manos se agitan al compás de la canción, las piernas se
despegan del suelo y caen los talones de miles que son millones para que el
Kempes tiemble.
Gol.
La cordura se te escapa, se escurre como arena
entre los dedos, perdés la cabeza y no sabes cómo hacer para decir gracias a
esos jugadores que se vistieron la camiseta de la revolución y le pusieron el
corazón al aparato de lo imposible ni a ese cuerpo técnico que siempre entendió
que el éxito era solo una consecuencia del trabajo, o quizás a ese presidente
que manejó los bolsillos de tu esperanza para devolverte la alegrÃa, esa misma
alegrÃa que es el alma de los pueblos, la virtud de los que entienden de que se
trata vivir.
Y es entonces cuando en tus labios suena la
despedida, porque no importa si se va a repetir o si alguna vez va a ser mejor. Importa que fue
hermoso porque pasó.
Enviado por Gabriel
Moroni (piratamoro)